Según datos del Ministerio de Sanidad, Servicios sociales e Igualdad, el consumo de drogas ilegales ha ido en aumento en España, estando el cannabis a la cabeza del ranking, seguido por la cocaína (cuyo consumo se ha incrementado en un 50% en la población desde los 15 años en adelante) y el éxtasis y habiendo diferencias de género en este sentido (los varones consumen en mayor medida).
Estas drogas junto al consumo de sustancias legales como el alcohol y tabaco, están a la orden del día. Es habitual el policonsumo, sobre todo, durante los fines de semana, porque en nuestra población juvenil el consumo de sustancias se asocia al ocio. Y, según estudios de la OMS, puede que esta sea una de las causas de que la edad de inicio del consumo haya ido descendiendo en los últimos años.
Estos datos son escalofriantes, ya que son bien conocidas las consecuencias que el consumo de drogas puede generar: trastornos severos de sueño, trastornos mentales, trastornos neurocognitivos y/o secuelas como consecuencia de accidentes de trafico, conductas de riesgo, o peleas.
La mayoría de los jóvenes no se dan cuenta de los efectos dramáticos que este consumo puede generar en sus vidas. No hay percepción de riesgo. Nuestra población juvenil está bien informada, pero no concienciada.
Con respecto a las drogas legales, los adolescentes no tienen problema para adquirirlas. Pueden comprar alcohol en cualquier gasolinera o hipermercado. Y aunque está prohibida la venta a los menores de 18 años, en realidad nadie les pide que se identifiquen cuando salen de las tiendas. Pero las drogas legales han perdido su gas. Y, aunque se ha generalizado el fenómeno botellón y salir a beber, es una práctica común entre los jóvenes, beber mucho para «colocarse».
Con respecto al tabaco, las campañas en su contra han surtido efecto y está algo desprestigiado porque los jóvenes son conscientes de que produce efectos nocivos para la salud. En este contexto es natural que el consumo de drogas legales no haya aumentado.
Sin embargo, las drogas ilegales han adquirido relevancia. Adquirirlas también es fácil. Sobre todo es sencillo comprar «hierba». No se vende en las tiendas, pero se vende en los parques, en los aledaños de los institutos, y/o en lugares de ocio. No hay que entrar en ningún submundo para conseguirla y el precio no es elevado. Aún así, muchos jóvenes con menor poder adquisitivo para conseguir la sustancia, trapichean entre sus compañeros. Otros cultivan sus propias plantas.
El cannabis se asocia a relajación, paz, armonía, risas… Algunas revistas de venta en cualquier kiosco hablan de las bondades del THC (tetrahidrocannabinol, componente psicoactivo del cannabis) en los tratamientos médicos para que remita el dolor. Además, entre los jóvenes existe la «leyenda urbana» de que es menos pernicioso consumir «maría» que consumir tabaco. La hierba no tiene aditivos, es natural, no hay química. Los jóvenes no quieren saber nada de adulteraciones, de cómo quienes viven de la venta de drogas aumentan las cantidades de THC para generar un mayor y rápido efecto: «hay que colocarse rápido». Y cuando son informados de datos sobre estos asuntos, cancelan en sus mentes la información porque no es congruente con lo que ellos piensan.
El cannabis no se asocia a peligro en el sistema nervioso, a trastornos de la personalidad, a alteraciones cognitivas (pérdidas de atención y memoria en un 24% de los casos), dificultades para estudiar y trabajar (problemas de concentración en un 16% de los casos), desmotivación generalizada, apatía, desgana, tristeza (estados disfóricos y pseudodepresivos en un 14% de los casos).
El cannabis no se asocia a psicosis. Pero las investigaciones al respecto muestran que cuanto más joven sea el chico en el inicio del consumo, más devastador será el efecto de la sustancia en su cerebro plástico y en vías de maduración y los brotes psicóticos asociados al consumo de este tipo de drogas están a estas alturas ampliamente contrastados.
El resultado de la falta de criterio en la que se están criando nuestros jóvenes es que, según la OMS, un 20% de chicos españoles y un 18% de chicas españolas a la edad de 15 años ya han tenido un primer contacto con la droga ilegal. Y las estadísticas dicen que un 22% de la población de 15 a 24 años tiene un problema con el consumo y cumplen criterios de Trastornos relacionados con el consumo de sustancias.
Evidentemente, es multicausal el hecho de que un joven pase de un consumo esporádico a un consumo frecuente y no solo depende de los condicionamientos sociales, del entorno familiar, de la presión de grupo, de la facilidad para adquirir la droga, de la permisividad o de la falta de criterio que existe en muchos medios de comunicación. Fundamentalmente depende de los factores personales. Es el perfil personal de cada sujeto concreto, su genética, su forma de interpretar la realidad, su vivencia y su experiencia, lo que inclinará la balanza en una u otra dirección.
El problema es que casi una cuarta parte de nuestra población juvenil cumple con criterios diagnósticos de Trastorno relacionados con abuso de sustancias y esto no es baladí. No estamos hablando de algo que nos pueda dejar indiferentes, debemos tomar medidas preventivas. Uno de los objetivos, según mi criterio, sería observar a nuestros niños y niñas en etapa preadolescente. Si entendemos que un joven por sus características personales está en riesgo (dificultades para afrontar, problemas de autoestima, fracaso escolar, etc.) y dado que las condiciones ambientales facilitan el acceso al consumo, entonces será preciso que la familia se active, que tome medidas y que se ponga en manos de profesionales.
La droga germina en los más débiles, sensibles y vulnerables.