Actualmente nos encontramos con unos índices de hasta el 15% de fracaso escolar en nuestra población infanto-juvenil. Muchos padres observan sorprendidos cómo sus hijos suspenden a pesar de que, en la mayoría de los casos, se ocupan de que así no sea.
Consideramos que estamos ante un problema de aprendizaje cuando el niño que lo padece tiene un C.I. normal, está convenientemente estimulado y no se encuentran en él alteraciones emocionales o sensoriales que lo justifiquen.
Descartadas estas cuestiones, la respuesta a todas las preguntas sobre el rendimiento de los niños la encontramos en el cerebro, en ese órgano de algo más de un kilogramo de peso que se encarga de las funciones más complejas del comportamiento humano.
Los problemas de aprendizaje se deben a una disfunción de carácter más o menos agudo que afecta a una o varias áreas del cortex cerebral. El niño que padece este tipo de disfunción puede llegar a crecer pensando que es incompetente. Si asume su rol, lo pondrá en práctica. Si por el contrario se toman medidas, crecerá sabiendo que tiene limitaciones, pero no creyendo que son insuperables.
Cualquier alteración desde el inicio del embarazo hasta los primeros meses de vida puede motivar alteraciones futuras. Los padres deben tomar medidas si observan que su hijo tiene problemas de motricidad, de lenguaje, que se distrae, no comprende bien las órdenes o tiene dificultades para orientarse.
Cuando los preescolares llegan al último curso de infantil e inician la lecto-escritura, la dificultad se hace más evidente. Pero cuando llegan a primero de primaria y la evolución no ha sido la esperada se activan las alarmas y se ponen en rojo términos como dislexia, disgrafía, discalculia, inatención, descoordinación o problemas de lateralidad. Es entonces cuando los padres se enfrentan a la realidad de que su hijo tiene un problema.
Los niños con dificultades para aprender, en un principio, no son vagos, ni están desmotivados, simplemente son víctimas de alteraciones neuropsicológicas que afectan a su rendimiento. Cuando estas no son abordadas a tiempo, los problemas generalmente no van a menos, sino que se complican.
Mi recomendación, por tanto, es que observemos adecuadamente a los niños, que no dejemos al azar su desarrollo y que tomemos medidas preventivas para evitarles males futuros como puede llegar a ser el pertenecer a la dura estadística del fracaso escolar.